Y pasó nomás. Una nueva frustración. Un nuevo golpe en el pecho,
un nuevo dolor de cuerpo. Un poquito más de alcohol a un fuego que parece no
apagarse más. Una nueva herida a un alma que no encuentra razones para seguir
sufriendo. Para seguir pagando los errores de otros, para seguir hundiendo la
historia de un club que hace agua por todos lados.
Hasta cuándo. Es
la pregunta que me hacen muchos como si me pusiera el traje de Nostradamus y
pudiera predecir un final que ni yo sé como terminará. Ojalá, créanme que
desearía más que nada tener esa respuesta. Poder decir con certeza que quedan
apenas tres semanas de esta dura e interminable pesadilla. Y ojo, no voy a
negar que será algo que nos acompañará de por vida. Pero volver a la máxima
categoría significará, sin lugar a dudas, un cambio de aire que necesitamos
todos los que venimos experimentando los peores sentimientos. Bronca,
impotencia, tristeza. Soy la primera que, cada fin de semana, se pregunta hasta
cuándo habrá que seguir buscándole explicaciones a algo que realmente no la
tiene. Ya no creo en nada, ni en nadie. No creo en promesas, en vaticinios, en
cábalas. En nada. Cada encuentro se encarga de derrumbar mis teorías. Cuando
creo ganado un partido en los 90 minutos, me lo empatan. Cuando lo creo ganado
por el historial y las estadísticas, nos quedamos a doce pasos de la final.
Como si fuera poco, de esa final tan deseada. Sí, los astros están alineados en
nuestra contra hace rato y si bien no estoy para nada a favor de la violencia,
creo que es momento de hacerles una visita y explicarles que el corazón ya no
aguanta más.
Si algo aprendí desde
el 27 de Junio de 2011 es a no negar la realidad. A aceptarla tal cual es y de
ahí emprender el punto de partida hacia la reconstrucción, resurrección, como
quieran llamarlo. Si olvido, si perdono, si no exijo o si no me enojo estaría
cayendo en la necedad de aquellos que intentan tapar el sol con las manos.
Tengo en claro que no me gano el título de hincha por hacer caso omiso a un
momento que ni el más pesimista imaginó. Sino, todo lo contrario. Reafirmo mi
condición de hincha involucrándome, acompañando, alentando, defendiendo mis
colores. Pero también lo hago criticando, analizando y reprobando las actitudes
de aquellos a los cuales la camiseta, tanto dentro como fuera del campo de
juego les queda demasiado grande. Así como también, decido hacerlo ante un
técnico que ayer por la noche tuvo una gran responsabilidad en el resultado
final. Sí. Respeto las opiniones a favor y en contra pero una semi final era
motivo suficiente para ponerle un poco más de picante a un equipo que llegó de
gran manera a esta instancia y que ayer le faltó un caudillo que agarre ese
sexto penal y se haga cargo de una pelota que en ese momento quemaba. Y la
agarró un chico que con 24 minutos en cancha y algunos escasos partidos,
definitivamente no tuvo la culpa.
Siento cada fin de
semana que la herida se hace más grande. Pero también, y aunque piensen que
estoy loca, me corre en la sangre el amor por River más que nunca. No quiero
decir que me acostumbré porque sigo pensando que se puede estar mejor. Pero
también es cierto que cada derrota, cada golpe, cada tristeza hace más grande
el amor que le tengo a esta institución, al rojo y al blanco. Que cada semana
espero más ansiosa el próximo partido. Que a pesar de los duros momentos,
siento la necesidad una vez más de acompañar a mi equipo. De seguir
escribiendo, de no darme por vencida. Y me llena el alma ver que seguimos
fieles a River. que las camisetas siguen estando, que el hincha genuino sigue
firme. No soy hincha de la hinchada, para nada. Si hay algo que siempre resalté
es al verdadero hincha de River. Ese que respeta la historia y se hace
respetar. Ese que en apenas tres semanas, si las piernas, la cabeza y la suerte
juegan a nuestro favor, se irá a dormir con una sonrisa y con el alma un poco
menos maltrecha. Que sea por la historia, por los ídolos, por los títulos. Que sea por todos los que fuimos. Pero que la vuelta, sea una realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario